[Chapter Fifteen] - I'm such a happy mess.

Según las leyes médicas; un recién nacido no se considera “persona” hasta que no cumple dos días de edad. Si el bebé muere antes, entonces no era un bebé; si no una parte de su madre.


Los humanos comenzamos nuestra existencia en forma de pegote celular. Según van pasando las semanas, evolucionamos; y nuestras celulitas lerdas y primitivas, empiezan a diferenciarse en algo mejor. Y a partir de una insignificante estructura tubular; nos hacemos a nosotros mismos. Se forman nuestros ojos, late nuestro corazón; y en el momento en el que nos separamos del cuerpo de nuestra madre, se activan nuestros pulmones; y empezamos a llorar.


Y ya no paramos. Por lo menos, hasta que aprendemos a hablar. Entonces todo es más fácil; ya no sirven los balbuceos, ahora poseemos esa maravillosa capacidad de contradecir. Y la vamos desarrollando a lo largo de los años; hasta que llegamos a la conclusión de que ya no necesitamos a nuestra mamá.

Entonces, llega el culmen de nuestra existencia. Abandonamos el nido, nos independizamos, somos capaces de subsistir sin la ayuda ajena...

Pero solo durante un corto periodo de tiempo.

Tras llegar a tu cima personal, empiezas a decaer. Y entonces comienzas a darte cuenta de que no siempre se puede ir solo por la vida; de que, poco a poco, vas necesitando compañía; de que desarrollas un instinto biológico que te arrastra a querer formar una familia…

Y cuando te quieres dar cuenta, hechas de menos todos esos años en los que vivías con tu mamá. Después de tanto andar y desandar; después de querer ser el niño más maduro, el adolescente más independiente, y el adulto más autosuficiente; algunos días son tan duros, que desearías volver a ser un cigoto.

 

Y al final de los finales, la evolución es una regresión.

¿Qué prisa hay entonces con eso de crecer?